Siempre ha llamado la atención esa curiosa diversidad temporal tan notable que existe ante sensaciones que se experimentan, que según el alcance que tengan para nosotros, positivo o negativo, podrán parecernos que transcurren en un suspiro o que por el contrario, se nos hacen eternas.

Y como en el resto de los órdenes de la vida, en política, sucede lo mismo en cuanto a las venideras expectativas electorales y el deseo de la ciudadanía de que, al igual que la propia paciencia, un mandato se agote o no lo antes posible, vista la tesitura de un vuelco y cambio de una formación por otra, siendo las propuestas de ambas del todo divergentes y de signo ideológico diverso.

Pues bien, el resultado de las recientes elecciones autonómicas andaluzas, que ha supuesto una victoria aplastante del Partido Popular, ha activado el cronómetro con una cuenta atrás en el tiempo cuyo transcurso para muchos será de vértigo mientras que para otros discurrirá más lento que el caballo del malo.

Hablamos de un tiempo de espera, que salvo sorpresa mayúscula con el anuncio anticipado de elecciones generales, apunta a que no será hasta primeros de 2024 cuando acudamos a las urnas para votar para el Congreso de los Diputados y el Senado, es decir, para elegir quién nos va a gobernar durante el siguiente mandato de cuatro años: el socialista Pedro Sánchez o el popular Alberto Núñez Feijóo.

Y en este contexto de espera, la obtención de la mayoría absoluta en las referidas elecciones, va a permitir un cómodo gobierno del Partido Popular en Andalucía con el Presidente Juanma Moreno a la cabeza.

Y lo que en puridad implica actuar sin ataduras, no es algo baladí en los últimos tiempo, ya que precisamente, no necesitará del apoyo del partido VOX, como ha sucedido recientemente en Castilla y León, impidiendo que desde la izquierda se recurra a la excusa ya manida del miedo a la extrema derecha y a la renuncia a las políticas sociales.

Pero lo sorprendente de esta abrumadora victoria ( no contemplada ni en la más optimista de las encuestas previas que daban como ganador a los populares) es que tal y como escribíamos en nuestro blog, el partido de las gaviotas se encontraba hace escasos meses en claro proceso de descomposición tras los desencuentros en la Comunidad de Madrid, lo que abocó en la salida del anterior Presidente, Pablo Casado, y la llegada del nuevo, Núñez Feijóo.

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Y este resurgir en tiempo récord demuestra que no se ha resquebrajado la estructura interna del partido y despeja cualquier duda sobre una futura consolidación como la formación política estable de antaño hasta que se vio lastrada por los escándalos de la corrupción y que tuvo como punto y final la exitosa moción de censura para la salida de Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno, algo inédito en nuestra Democracia.

En este sentido, habrá que esperar a la sentencia del Tribunal Supremo sobre los ERES de Andalucía para comprobar si se recurre a la infantil práctica del “y tú más”, pero tras el inicial empuje de Ayuso que llevó a Pablo Iglesias al abono de la actividad política, el que ahora el efecto Feijóo haya contribuido a la victoria incontestable en Andalucía, revela que el Partido Popular se siente fuerte y ganador y lo que es más importante, puede contribuir a una alternancia en el poder (siempre deseable en toda Democracia) siendo por ende la principal amenaza con la que habrá de lidiar el PSOE.

Pero en el caso de su líder, Pedro Sánchez, no hablamos de un estadista que rezume endeblez, sino más bien un político tenaz y sin escrúpulos que en su corta carrera se ha mostrado muy astuto y retorcido, con las negativas connotaciones que ello supone en cuanto a que muchos (incluidos los de su propio partido) no le consideran como una persona de la que uno pueda fiarse lo más mínimo.

No en vano, algunos vinculan la actitud de Sánchez enmarcada en un comportamiento caracterizado por la triada oscura de la personalidad (maquiavelismo, narcisismo y psicopatía) que abunda en una buena parte de la población, lo cual resulta verdaderamente inquietante cuando puede afectar a líderes políticos de tanta relevancia como un Presidente del Gobierno.

Sea como fuere, sin perjuicio de la importancia que hay que darle en su justa medida a su principal rival (que más allá de su rictus de seriedad que recuerda a un severo cura, en puridad mejora con creces a Sánchez, no solo en cuanto a experiencia política exitosa sin un exceso de “cadáveres” a su paso, sino por su tono prudente y moderado, lejos de comportamientos histriónicos más propios de una oposición sin argumentos que es lo que parece el propio Gobierno) aún es pronto para hablar de cambio de ciclo o principio del fin del “Sanchismo”.

No obstante, todas las previsiones de los economistas más reputados apuntan a que viviremos un otoño “caliente”, con una más que previsible continuación de la guerra de Ucrania y sería poco inteligente que Pedro Sánchez y su círculo más próximo se sigan agarrando al clavo ardiendo de la Guerra de Putin para tratar de escurrir el bulto, como tampoco tendrá sentido que se siga manoseando la historia del Siglo XX para insistir en la matraca del franquismo, máxime cuando es más que probable que VOX empiece a perder fuelle dentro del arco parlamentario.

Y es que lo que ahora necesita la ciudadanía es todo menos sobresaltos y confrontación, no solo porque llega un momento en que tanta disputa agota hasta al más pintado, sino porque con un futuro ciertamente desalentador que anticipa la actual realidad socioeconómica, existen otras prioridades por encima de las propias convicciones ideológicas o identitarias para contentar a minorías o abordar asuntos que no son prioritarios, generando aún más polarización tal y como comentamos en su día en el blog.

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Dicho de otra forma, llegados a este punto, para atisbar algo de luz en este oscuro túnel, lo más práctico para muchos electores (no solo de derechas y centro sino también de izquierdas) será jugar a caballo ganador, esto es, al Partido Popular.

Cierto es que antes de la cita electoral de alcance nacional la mayoría de los españoles deberemos votar en las elecciones municipales y autonómicas.

Pues bien, no son pocos los mandatarios autonómicos del partido socialista que, como sucede en el caso del asturiano Adrián Barbón, ya ponen sus barbas a remojar, nunca mejor dicho, alertando sobre la necesidad de una reflexión y quizás un cambio de rumbo, más allá de un leve maquillaje con el cambio de algunos puestos, para así evitar un descalabro electoral que ahora mismo parece inevitable.

Algunos ya apuntan que como se suele decir, Roma no paga traidores y en el caso de Barbón (para algunos, futurible ministro) mucho nos tememos que su ejercicio de autocrítica haya ofendido profundamente a Pedro Sánchez, que no se caracteriza precisamente por la condescendencia.

De todas formas, tampoco ayudan al PSOE paridas como las de otra asturiana de avinagrado rostro, y política muy cercana a Sánchez, Adriana Lastra, que ha afeado el resultado de Juanma Moreno, visto que según ella, ha llegado a las elecciones tras superar la crisis del coronavirus «con los ingentes recursos aportados por el Gobierno de España».

La altanería de Sánchez quizás le haya aparcado de la cruda realidad para centrar sus esfuerzos en acudir como un pincel y la mejor de sus sonrisas a la importante cita como anfitrión de la próxima cumbre de la OTAN que se celebrará en España.

No obstante, no creemos que vayan a ser muchos los mandatarios extranjeros, incluido Biden, que pierdan el sueño por fotografiarse a su lado, visto los recientes acontecimientos del espionaje de Pegasus y el papelón que está haciendo España tras los desencuentros con Marruecos y Argelia.

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A este Gobierno Frankenstein ya se le han visto las costuras desde el principio, visto que por primera vez en Democracia se ha recurrido a alianzas y pactos con formaciones políticas que reniegan de la monarquía parlamentaria, son rupturistas con la propia nación de España o siguen siendo más que tibias con las víctimas del terrorismo de ETA.

La duda es saber qué conejo se sacará ahora Pedro Sánchez de la chistera, y si al conejo le dará palo o zanahoria, porque seguramente recordará esa frase de autor desconocido: si dejas que pase el tiempo sin hacer nada, pronto te darás cuenta de que solo vas a vivir una única vez.

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