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Justo hace un año despedíamos el que creíamos que iba a ser el año más convulso y extraño de nuestras vidas, tras nuestro encuentro con un enemigo invisible que había condicionado nuestra existencia y que por desgracia, lo sigue haciendo.
Y es que de sopetón, nos hemos visto abocados a someternos a unos dictados de unos gobernantes de quienes la gran mayoría, con el paso del tiempo nos hemos distanciado prudencialmente para curarnos en salud…mental.
Sostengo esto porque, a excepción de quienes sean militantes de un partido al que se deba rendir pleitesía por sistema, por contar con unas fuertes convicciones rayanas con la cerrazón mental a otras opciones igualmente respetables, la sensación de la mayoría de los ciudadanos es que no se puede confiar en los políticos; y se lo han ganado a pulso.
Desde luego que los hubo, hay y habrá muy dignos, trabajadores y serviciales al ciudadano, alejados de imposiciones de partido, pero desgraciadamente esos son la excepción.
Sin embargo, para ser un político hay que valer y tener una madera muy robusta, no solo para sobrevivir a las puñaladas traperas de los propios compañeros (que haberlas, haylas y muchas) sino para aguantar carros y carretas repletos de críticas de sus adversarios, sin despeinarse y sin perder la sonrisa, máxime cuando de la boca salen palabras en las que ni quiera ellos mismos creen.
Eso es lo que siempre sucede con nuestro máximo mandatario, Pedro Sánchez, apuesto donde los haya y quien con su engolada voz ha comparecido en el día de ayer ante la ciudadanía para hacer balance del año que ahora muere, o como dice él, y causa sonrojo escuchar, “rendir cuentas”.
Lo cierto es que he asistido a su comparecencia como desintoxicado televidente, limpio de polvo y paja de informaciones previas que me hubieran podido condicionar.
El motivo es que desde hace unos meses y como ejercicio de higiene mental, sin perjuicio de estar al día de las noticias más trascendentes que afectan a mi profesión, en cuanto que reformas de una motorización legislativa que atropella al más versado, he apostado por distanciarme de los medios de comunicación.
Y ello para no contaminarme por las partidarias tertulias radiofónicas y subjetivas noticias que vía enlace que me mandaban mis conocidos para acceder a interesadas informaciones de diarios digitales tanto de derecha como de izquierda ( los de centro dónde quedaron ya) cuyo sectarismo y adoctrinamiento condicionan sus publicaciones hasta el punto de cantar por soleares a la hora de arrimar el ascua a su sardina y exclusivamente ver la paja en el ojo ajeno a quien se atiza por sistema sin ver la viga en el propio.
Ese quizás sea el principal motivo de que haya optado por escribir estas líneas abandonando el formato adoptado el año pasado, en el que hice acopio de mucha paciencia y tiempo para rescatar las noticias más relevantes publicadas día a día desde el 1 de enero por el periódico de más tirada en España, El país.
Pues bien, pese a ello, nada ha cambiado en cuanto a mi percepción hacia nuestro Presidente del Gobierno, el mayor exponente del “porque yo lo valgo”.
El solo sonido de su aterciopelada voz ya me genera incomodidad y lo que es peor, no me creo nada de lo que me dice, cuando en su exposición inicial emplea ese lenguaje tan colmado de palabras forzadas, por no decir paridas, de cara a la galería, como la de economía verde y digital o barbaridades como que el virus nos ha ayudado a progresar como nación y nos pone a la vanguardia de todo lo bueno a nivel mundial.
Nos habla de estabilidad, empatía…. pero no hace un mínimo ejercicio de autocrítica, máxime cuando el Tribunal Constitucional en dos ocasiones ha tumbado parcialmente sendos Estados de Alarma que de facto lo eran de Excepción y tras dos años de pandemia existen diecisiete modelos distintos de gestión sanitaria, sin una normativa de rango estatal que lo unifique como se merece.
Y luego, como viene siendo de costumbre en esta curiosa práctica preventiva de censura a quien ose importunar con incómodas preguntas, contestando a periodistas de su cuerda se escapa por peteneras con la archiconocida técnica del disco rayado y de disparar dardos a los demás cuando se siente mínimamente acorralado (lo cual suena a chiste, por la puesta en escena prediseñada de antemano) para acordarse de la corrupción, del Prestige o de la guerra de Iraq. Le ha faltado hablar de la memoria histórica o de Carlomagno.
Llegados a este punto, puede resulta agotador para la ciudadanía el que, valga la redundancia, Pedro Sánchez piense agotar la legislatura, visto que aún quedan dos largos años para las próximas elecciones generales, con el permanente campo de batalla sembrado de minas puestas por los independentistas que pretenden romper con España, aunque uno ya empieza a recurrir para referirse a ellos al viejo dicho de que a quién no llora, no mama….para seguir chupando de la teta del Estado.
Pero a bien seguro que Sánchez lo va a conseguir, ya que vaticinamos que saldrá indemne de todas las refriegas que le esperan y saldrá nuevamente victorioso en las próximas elecciones, por mucho que las canas que asoman en su cabeza nos demuestren que nadie está exento de preocupaciones, aunque solo sea la de mantenerse en el poder.
Y es que si de algo está sobrado Sánchez (lo cual es una gran virtud) es de una enorme confianza en sí mismo y de adaptarse como nadie a cualquier situación anómala que se presente, eso sí, llevándose por delante a quien le tosa, aunque ello implique desdecirse o contradecirse y traicionar a propios y extraños.
Pero lo peor es que la alternativa que nos ofrecen los partidos conservadores es para echarse a temblar, visto que los que no tienen luchas internas por el poder del partido, se mantienen en posturas cercanas al paroxismo político de la extrema derecha que recuerdan tristes épocas pasadas.
De las opciones de centro mejor no hablar, visto que se han disuelto como un azucarillo en un café hirviendo,lo que ciertamente es una lástima para aquellos que no somos ni de derechas ni de izquierdas y que ya estamos pensando en votar en blanco o Bob Esponja.
Si ya hablamos de políticos de relevancia, evidentemente hemos de referirnos a nivel global a dos que ya no están al comando del gobierno de dos naciones tan importantes para la Unión Europea y el mundo como son Alemania y Estados Unidos.
Lógicamente hablamos de Angela Merkel y Donald Trump; en cuanto a la ex canciller germana, con sus defectos (nadie es infalible) y no sin sobresaltos, siempre ha demostrado sensatez y prudencia durante los dieciséis años de su gobierno, justo lo contrario que ha demostrado el populista empresario norteamericano en su mandato de cuatro años.
Y es que Trump, tras haber dividido a la sociedad norteamericana, amenaza con volver,lo cual resulta cuando menos preocupante.
Todos fuimos testigos a comienzos del año del colofón de la impronta de su discurso extremo cuando alentó a unos descerebrados para que hicieran lo nunca visto, asaltar el Capitolio de Washington.
Pero un político, no deja de ser un ciudadano, y de ciudadanía a la que representa también habría que hablar largo y tendido, visto que cabe cuestionarse si tenemos lo que nos merecemos.
Evidentemente, lo suyo es hablar de responsabilidad individual en periodos tan complejos como es el que nos ha tocado vivir, con una pandemia que va por su sexta ola y con una variante o mutación aún más contagiosa del Covid, el Omicron, que ha vuelto a someter a los sistemas de salud a una enorme presión sanitaria, justo en un momento tan delicado como es el navideño, con lo que ello conlleva: saturación de centros de salud y hospitales, mantenimiento de la tele asistencia para consultas, y postergación hasta sabe Dios cuándo de muchas intervenciones quirúrgicas.
Pero, además, no nos cansamos de repetir que una pandemia es el mayor ejemplo de que una minoría puede condicionar a una mayoría, máxime cuando sigue compuesta de conspiranoicos negacionistas del virus y de negacionistas de la vacuna, bultos sospechosos como diría José María García y todo un riesgo para la salud pública y por ende, para las vidas de los demás.
Unos y otros, son los que están perpetuando el virus, y ciertamente pueden seguir condicionando nuestro futuro para que, lejos de derivar en enfermedades que se puedan curar con un simple fármaco, obligará que durante un tiempo, quizás demasiado, se siga improvisando con vacunas de triste recuerdo ante las previsibles mutaciones del bicho.
Además, tampoco podemos olvidarnos de otros irresponsables, bien sea a título individual o colectivo, por imitación gregaria, a quienes les importa un carajo el resto o son excesivamente temerarios o incautos.
En el primer supuesto, no son pocos, los que, ante el menor síntoma sospechoso del contagio del virus, en vez de salir de dudas y hacerse la correspondiente prueba o al menos quedarse en casa hasta mejorar, optan por ocultarlo, ir a trabajar o quedar con sus amigos o mandar sus hijos al colegio, como si nada hubiera pasado.
En el segundo, ya forma parte de nuestra triste cotidianidad el que muchos jóvenes y no tan jóvenes, se salten a la torera cualquier consejo para participar del dichoso ocio nocturno de manera incontrolada, llegando incluso a enfrentarse a la autoridad policial si les importunan cuando están de juerga, habrase visto…; de ello ya hemos escrito largo y tendido en el blog y sería cansino volver a incidir en los penosos comportamientos de muchos con los botellones y fiestas ilegales.
Durante este 2021 que acaba también se ha hablado mucho de salud mental, en concreto de la de los jóvenes, que se ha visto afectada gravemente en los últimos años, hasta el punto de que han aumentado los ingresos hospitalarios y lo que es peor, el número de suicidios.
Pero a quien esto escribe le resulta difícil no acordarse de los más vulnerables, los mayores, personas que en su infancia y adolescencia lo tuvieron muy difícil, para salir adelante en la postguerra de una España sometida a una Dictadura de cuatro décadas, con lo que ello significó en cuanto a represión y restricción de derechos y que ahora ven con pesimismo, temor y desazón que su vejez no está siendo lo que esperaban y mucho menos lo que se merecían.
Muchos de ellos viven solos, y si bien es cierto que en su gran mayoría no están desatendidos, visto que afortunadamente existen recursos asistenciales, sí que son los incomprendidos de una era digital en la que la inmediatez lo copa todo y no siempre se cuenta con los medios o conocimientos necesarios a la hora de acceder a esos recursos.
Eso sí que es una verdadera brecha digital.
Un ejemplo de ello es el certificado digital de vacunación que se recaba de forma telemática, necesario para acceder a algunos establecimientos.
Entre nosotros, constituye una soberana soplapollez que recuerda a la película Idiocracia, salvo que sirva de efecto disuasorio del negacionismo a la vacunación, visto que en algunos sitios ni se exige el carnet de identidad o se lee lo que esta escrito, con buen criterio, ya que es una infracción de la Ley de protección de datos en toda regla.
Precisamente, cuando escribo estas líneas me ha llegado una coña que jamás hubiéramos entendido hace un par de años, ciertamente demostrativa de que efectivamente todo ha cambiado, aunque no siempre para bien.
Se trata de un dibujo en el que aparece el portal de Belén, con unos María y José cariacontecidos ante el mensaje que han recibido en el móvil y que el segundo lee en presencia de un contrariado niño Jesús, bastante talludito, por cierto.
“Melchor tiene Covid, Gaspar es contacto, directo y Baltasar no tiene el certificado. Que si preferimos un cupón de Amazon o nos hacen un Bizum”.
En suma, pese a todo, hay que despedir el año con el dedo corazón al igual que sucedió hace trescientos sesenta y cinco días, pero también con una sonrisa que esperemos pronto recuperen los habitantes de la Isla de la Palma con su volcán ya sin actividad.
Y es que ya es traca que a una desgracia de tamaño calado como es una pandemia se solape otra que acontece rara vez en la vida de una persona.
Feliz año a todos y que los Reyes traigan salud, aunque sea de forma telemática.