Hace ya varios años, en una localidad británica me disponía a tomar unas pintas de cerveza con unos amigos españoles, entre los que se encontraba el anfitrión que nos alojaba en su casa.
Ciertamente yo notaba que los demás clientes ingleses me miraban airadamente y no acaba de entender la razón; pero todas mis alarmas se encendieron cuando, al intentar entrar en otro pub, el portero se dirigió a mí de malos modos para decirme: “tú, con eso aquí no entras”
El hombre se estaba refiriendo al atuendo que yo portaba; un polo de la selección de rugby de Nueva Zelanda, que lucía sin tener repajolera idea sobre ese deporte.
Mi amigo empezó a reírse y me confesó que existía un odio visceral entre los aficionados británicos y los neozelandeses, conocidos como kiwis o All blacks y mundialmente célebres por su haka tribal, que tuvieron oportunidad de representar al recibir el Premio Princesa de Asturias en 2017.
A toro pasado, lo recuerdo como una graciosa anécdota, si bien las circunstancias podrían haberse tornado algo complicadas y preocupantes para mi integridad física, en horas más avanzadas y con una mayor ingesta de alcohol en los posibles ofendidos a su sentimiento patriótico.
El 11 de julio de 2010 España entera salió a la calle para celebrar el hito histórico que suponía para nuestro deporte ganar el mundial masculino de fútbol en Sudáfrica.
Miles de banderas de España poblarían durante días las ventanas y balcones de nuestro país y durante un tiempo el sentimiento patriótico se apoderaría de la mayoría de aficionados y seguidores de una selección, que ya había ganado una Eurocopa en 2008 y que volvería a ganar otra en 2012, logrando en un cuatrienio que el mundo entero quedase maravillado con un fútbol que recordaba a la mejor Holanda de los años setenta.
Lejos quedaba la estéril andanza de la Furia Roja; El tiki taka y la marca España nos hacían orgullosos a todos, como tantas veces lo han hecho otros deportistas como Pau Gasol, Nadal y Fernando Alonso.
El 1 de octubre de 2017 se celebró en Cataluña un referéndum declarado ilegal, por el que se instaba a la población de dicha comunidad a pronunciarse sobre su voluntad de seguir formando parte de España; veintiséis días después el Parlamento catalán proclamaba unilateralmente la República Catalana como «Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social» aunque su eficacia fue suspendida por el mismo Presidente de la Generalitat ocho segundos después, acto simbólico que no impidió que varios políticos fueran procesados y condenados a varios años de prisión por delito de sedición.
En distintos organismos oficiales, pertenecientes a corporaciones municipales con mayoría independentista, incluso antes del referéndum ilegal, sin reparo alguno se había izado su enseña, conocida como la estelada.
La respuesta de la mitad de la población no independentista de Cataluña y de gran parte de la ciudanía del resto del territorio español ante la afrenta soberanista fue la de manifestarse en contra, exhibiendo la bandera nacional por doquier.
El 14 de marzo de 2020 fue decretado el Estado de Alarma en España, en virtud del que se obligó a la mayoría de la población a un confinamiento domiciliario, para evitar la propagación del coronavirus, que ya se estaba cobrando miles de contagiados y fallecidos, mientras que la ciudadanía mayoritariamente homenajeaba diariamente con sus aplausos al colectivo sanitario, que luchaba por la salud de todos sin apenas medios.
Y no han sido pocos, los que desde sus balcones y terrazas de sus casas, han venido exhibiendo la bandera de España, algunas de ellas con el crespón negro, en señal de duelo con los fallecidos y sus familiares.
Son tres ejemplos diversos de sentimiento patriótico, mediante la exhibición de una enseña, que por institucional, nos representa a todos los españoles, con independencia de a quien vaya dirigido el voto de cada uno.
Cierto es que desde ciertos partidos políticos se ha intentado exacerbar al rival político con una exaltación y grandilocuencia que, lejos de contentar a todos, ha generado un agrio debate entre los que entienden que la bandera española ha de ser portada con orgullo y los que ven que tal exhibición apunta a reminiscencias del pasado y a sentimientos de un rancio nacionalismo español, que como todo nacionalismo, puede llegar al extremo.
Pero lo que es evidente es que esa bandera española no incluye el águila franquista, ni nada que pueda resultar ofensivo a toda persona que, como ciudadano de España, no solo la tiene impresa en su carnet de identidad, sino que la tendrá presente cuando acuda a poner una denuncia en comisaría o a declarar delante de un juez ante el que se reclama justicia.
Es pues, una bandera no solo legal, sino constitucional y como tal ha de ser respetada, si alguien desea exhibirla en sus atuendos o desde el balcón de su casa.
Y así llama poderosamente la atención que no exista problema alguno si lucimos ropa con el escudo de la bandera inglesa o alemana, o llevamos la camiseta de las selecciones de Cristiano Ronaldo o Messi, pese a que ni Inglaterra, Alemania, Portugal o Argentina no son nuestros países de nacimiento.
Pero el debate sobre la exhibición de la bandera de España, siempre está en la calle, como lo demuestra el uso con las mascarillas con la enseña nacional y que algunos entienden ofensivas.
El ejemplo más reciente lo tenemos en las redes sociales; en un bar de Oviedo, un grupo de personas se dirigieron a desayunar, y al ser atendidos por varios camareros que portaban mascarillas con la bandera, decidieron irse al local de la competencia, en el que se gastaron una importante cantidad de dinero, hecho que difundieron por Twiter, jactándose de su decisión.
Lo que habría que preguntarles a esas personas es qué decisión habrían tomado de haber sido atendidos por camareros portando mascarillas con la bandera del Principado de Asturias, cuyo motivo principal es una cruz cristiana.
¿Habrían hecho lo mismo en defensa de la alianza de civilizaciones o de respeto de agnósticos y ateos?
Hemos llegado a tal extremo de incoherencia que, se mire desde donde se mire, como ya hemos debatido recientemente en nuestro blog, siempre habrá alguien que se ofenda por algo.
Pero que a alguien se le califique como “facha” por lucir o exhibir una bandera que nos representa a todos los españoles es, amén de insultante, injusto.
Lejos de haber cicatrizado las heridas generadas por una guerra civil de hace casi un siglo y por una dictadura que se perpetuaría durante casi cuarenta años, desde hace algún tiempo se intenta encender los ánimos para reavivar un destructivo fuego para nuestra convivencia en democracia.
Y así, todo aquello que hasta finales del pasado siglo ya figuraba en nuestros libros de historia como algo propio del pasado, fue rescatado a mediados de la primera década de la presente centuria, con cierto ánimo de revancha para propiciar una encolerizada lucha entre izquierdas y derechas.
Pero lo peor es que tal sentimiento de afrenta ha calado en muchos jóvenes, que ni siquiera han nacido durante las dos últimas décadas del pasado siglo, ni por descontado tuvieron que cumplir un servicio militar que fue obligatorio hasta 2001 y en el que se besaba la bandera como muestra de respeto a nuestro país.
Porque ahora lo fácil es en constituirse en adalides de la demagogia política, pero sin ser capaces de tolerar la frustración de verse acorralados ante una inconsistencia argumentativa, recurriendo a la palabrería y a los dogmas que tratan de hacer valer a los demás como un mantra.
Y a todos aquellos a los que se les llena la boca de proclamas sobre el respeto que se debe hacer de los derechos y libertades fundamentales, se les debe recordar el artículo 4 de nuestra Constitución de 1978:
«La bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas”
Si cualquier foráneo es preguntado al respecto de este debate, es más que probable que alucine en colores, como decíamos antes.
En colores, incluidos el rojo y gualda.