En un mundo tan desquiciado como el que vivimos, ya no parece llamarnos la atención una noticia que en otro tiempo sería primera página, por lo peculiar, pero que ahora pasa completamente desapercibida en los informativos, siendo tan solo objeto de algún meme
Y es que el Pentágono ha avalado que fue real, como la vida misma, el avistamiento de un OVNI desde un destructor de la Armada de los Estados Unidos, difundido en un vídeo hace dos años por el documentalista Jeremy Corbel.
Pues bien, mientras ya sobrevolamos por Marte y a la espera de que se concrete si en el resto del Universo existe o no vida inteligente, en cuanto a lo que se refiere a buena parte de la especie humana, desde hace tiempo estamos demostrando justo lo contrario.
En este sentido, como modestos ciudadanos seguimos representados por personas que deberían medir muy bien lo que dicen, para no parecer estúpidos.
El último esperpento lo ha protagonizado nuestra Ministra de Igualdad, Irene Montero, triste protagonista de varias de nuestras publicaciones y que se ha superado a sí misma, haciendo un espantoso ridículo que nadie puede justificar ya, por mucho que sea votante de su partido o afín a sus ideas políticas.
La Ministra había comparecido para apoyar a su señor esposo en un acto de campaña de las inminentes elecciones a la Comunidad de Madrid y sus interlocutores eran colectivos LGTBI y Trans, lo cual no solo es respetable, sino encomiable, en apoyo de personas que sufran discriminaciones.
Pero, tras acceder al turno de palabra, de su boca emanaron las siguientes sandeces:
“¿Qué significa libertad, que una familia si lo desea pueda llevar a su hijo, hija e hije a una terapia de conversión, a ver si puede dejar de ser bollera, de ser maricón, a ver si deja de ser bisexual, de ser una persona trans?”
“Os pido a todos, a todas a todes que el día 4 de mayo no se quede un solo voto en casa. Los derechos fundamentales de todos, todas y todes»
Parafraseando al locutor Víctor Hugo Morales en el famoso gol de Maradona contra Inglaterra y al hilo del referido avistamiento del OVNI, que el Pentágono parece dar por bueno, cabe hacerle una pregunta a la Ministra, con todo el acento argentino del mundo:
¿De qué planeta viniste?
Pues bien, el escarnio público no se ha hecho esperar y con toda la razón, porque su persistente pretensión del lenguaje inclusivo hasta el hartazgo, que ya difícilmente tenía un pase, ha llegado al extremo de lo bufonesco.
Por activa y pasiva, la RAE ya se ha manifestado sobre la incorrección e innecesaria redundancia de duplicar el género, algo que aunque se desee en teoría, ni siquiera se respeta en su integridad en la práctica, resultando agotador mantener el lenguaje inclusivo durante una extensa exposición oral o escrita.
Y si ya hablamos de la expresión escrita, nos parece una atrocidad el que, para evitar esa absurda duplicidad, tengamos que servirnos de las arrobas (@) práctica que incluso se viene alentando desde muchos centros educativos, lo cual tiene su guasa.
Pero lo escuchado el otro día es el colmo de los colmos y uno ya no sabe si reírse, enfadarse o ambas cosas a la vez, si eso es posible.
Reírse, porque resulta pueril acudir a tamaño retorcimiento del lenguaje para contentar a unos pocos, que seguramente no le han pedido a la señora Ministra un comportamiento tan bochornoso, que nada beneficia a su causa, más bien al contrario.
Enfadarse, porque aparte de que se da una lamentable imagen a la ciudadanía, por evidenciar una considerable pobreza lingüística en un alto cargo de la nación, de esta guisa se arman de razones quienes opinan que con los impuestos de todos se está sufragando el sueldo de personas incompetentes que solo gobiernan para los suyos, disparando con pólvora ajena, esto es, con dinero que pagamos todos los españoles.
Sin embargo, el empobrecimiento que está sufriendo nuestro precioso idioma, uno de los más hablados y escritos en el mundo, no solo está siendo causado por el delirio de algunos, por su sectaria ideología.
Decimos esto porque, siendo un dato objetivo que la digitalización lo colma todo, también lo es que la misma repercute negativamente en el uso de nuestro idioma, tanto escrito como hablado.
En este sentido, partiendo de la base de que en nuestro país se leen muchos menos libros que antaño y que por ende decrecen nuestra cultura literaria y vocabulario, tampoco ayuda que en la escritura en redes sociales las palabras se reduzcan a la mínima extensión, con el uso de acrónimos y emoticonos.
Por si esto fuera poco, en nuestra cotidianidad, a la hora de expresarnos abundan demasiados anglicismos, no ya adaptándolos al español desde el inglés, sino trasplantándolos directamente, lo cual cabe predicarse no solo de cualquier ciudadano, sino también de las informaciones que aparecen en los medios de comunicación.
En suma, una neolengua de la que ya hablaba Orwell en 1984, novela publicada en el año 1949, pero que no deja de cobrar actualidad, como lo demuestra uno de sus pasajes:
“Le estamos dando al idioma su forma final, la forma que tendrá cuando nadie hable más que neolengua. Cuando terminemos nuestra labor, tendréis que empezar a aprenderlo de nuevo.
Creerás, seguramente, que nuestro principal trabajo consiste en inventar nuevas palabras. Nada de eso. Lo que hacemos es destruir palabras, centenares de palabras cada día. Estamos podando el idioma para dejarlo en los huesos”
Sin embargo, el peor enemigo que tiene el idioma español, en lo que se refiere a nuestro país, es cierto sentimiento de inferioridad y de complejo, que no concurre en otros lares, en cuanto al fomento y desarrollo de la lengua materna.
Y es que, sin perjuicio de que es imprescindible que se aprendan otros idiomas extranjeros, no solo para poder viajar, sino para acceder a determinados puestos de trabajo y que también deba respetarse la lengua de los territorios autonómicos con una raigambre que deriva en oficialidad, la sensación es que tratamos de torpedear desde dentro el legado universal que ha supuesto el español, no solo para nuestro país, sino para el mundo.
El problema, como siempre, reside en el uso partidista de muchos de los políticos, que atienden a una ideología que, en el caso de los nacionalismos en nuestro país, pueden llevarnos al extremo de demonizar el uso del español, algo inconcebible en ningún otra parte del planeta, en lo que se refiere al respeto del propio idioma de la nación.
En estos supuestos, es cuando se tergiversa el orden establecido con unas posturas intransigentes que siempre conducen a la segregación y la intolerancia, cuando no directamente a la xenofobia.
Y es entonces, cuando al tratarse de marcar el territorio en el sentido más peyorativo, se acuden a unos criterios identitarios del todo excluyentes, tan propios de un prepotencia inconcebible del que se siente superior y que, al igual que lo sucedido durante la dictadura franquista, lleva al fundamentalismo y a la represión.
Siempre cuento la anécdota que viví con ocasión de tomar en Barajas mi primer vuelo hace varias décadas, ya con una democracia consolidada en cuanto al cumplimiento del artículo 3 de nuestra Constitución, que señala que el castellano es la lengua española oficial del Estado, al igual que las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
Pues bien, yo por entonces era muy joven y con nula experiencia en otros mundos que no fueran el de mi tierra chica,castellanoparlante, careciendo además de vínculos familiares o de amistad fuera de ella, lo que suponía ver limitaba mi capacidad para coincidir con otras personas que hablaran un idioma distinto al mío, salvo que fueran turistas extranjeros.
Además era consumidor de unos medios de comunicación audiovisuales muy limitados, quedando aún muchos años para la aparición de internet, que todo lo ha globalizado.
El caso es que, cuando me encontraba en un autobús que nos trasladaba desde la terminal del aeropuerto al avión, empecé a escuchar a un grupo de personas que no hablaban en español, si bien parecía entender gran parte de lo que decían.
Por circunstancias que ya no recuerdo ,quizás porque alguno de ellos tropezó conmigo y quiso disculparse educadamente, se dirigió a mi para hablarme en un perfecto castellano.
Fue entonces cuando, con total sinceridad e inocente ignorancia, le contesté , extrañado:
“ Pensaba que erais portugueses”
Craso error por mi parte, porque eran catalanes.
“¿ Que es que tenemos pinta de portugueses?” me preguntó, con una sonrisa burlona.
En ese momento, sin que me diera tiempo a responder o disculparme por mi torpeza adolescente, una señora que estaba en el autobús, con un notable acento luso, dejó a los allí presentes sin palabras.
Estoy convencido que el ángel que luego pasó fue San Miguel.
“¿Qué pinta tenemos los portugueses?”
Si ya hablamos de Cataluña, la Ley 22/2010, de 20 de julio, del Código de consumo de Cataluña, en consonancia con la Ley 1/1998, de 7 de enero, de política lingüística, ha levantado mucha polvareda desde su entrada en vigor en esta Comunidad Autónoma, mucho antes del frustrado intento secesionista, pero con una sociedad que empezaba facturarse entre independentistas y los que no solo son.
Así, no han sido pocos los comerciantes que se han negado a rotular sus establecimientos en catalán, aparte del castellano, lo cual ha tenido como consecuencia la imposición de multas por la comisión de una infracción administrativa en base a dicha normativa que, con matices, ha sido declarada constitucional, viéndose además hostigados por la presión de muchos ciudadanos, a medio de insultos y boicot a su actividad profesional.
Pues bien, a estos comerciantes díscolos con la imposición nacionalista catalana, pese a vivir en España, solo le queda el ajo y agua, el lo tomas o lo dejas, o el te quedas o te vas de Cataluña….
Así están las cosas ciertamente, pero además, se ha sentado un peligroso precedente que muchos temen que sea imitado por otras Comunidades donde el empuje nacionalista es más que evidente.
En suma, nadie es mejor o peor que nadie por hablar uno u otro idioma y lo deseable es que todas las lenguas oficiales convivan, sin discriminaciones, ni imposiciones.
Afortunadamente, algunos sí predican con el ejemplo y no hablamos de políticos, precisamente.
Con ocasión de una entrevista radiofónica concedida a Pau Gasol (catalán) el periodista dio paso en antena a Rafa Nadal (mallorquín) para que saludara al por entonces jugador de la NBA.
Pues bien, ambos charlaron amigablemente durante unos instantes en catalán.
Y ciertamente,nadie se debe sentir ofendido por ello, porque constituye su vehículo de expresión desde niños.
O dicho de otra forma más coloquial, en privado les sale más natural no expresarse en español, cuando ambos también hablan catalán.
Sin embargo, ello no supone que ambos le hagan ascos al idioma que hablan todos los españoles, ni mucho menos, ni debe considerarse un agravio.
Pensemos que tanto Nadal como Gasol, defienden por doquier la bandera de España, expresándose en castellano, al tiempo que siguen logrando éxitos para nuestro país, inimaginables hasta su aparición en el mundo del deporte, sin perjuicio de que, por educación, tengan que contestar a los periodistas en el mismo idioma que son preguntados.
En mi caso y sin perjuicio de respetar que otros quieran expresarse en el idioma oficial que les parezca, no puedo más que sentirme muy orgulloso de mi lengua materna, la española.
Y por ello considero una obligación respetar ese legado de Miguel de Cervantes y de otros tantos literatos, que a lo largo de los siglos han contribuido a enriquecer, pero que ahora algunos se empeñan a pisotear, sin duda en su propio perjuicio, aunque no lo crean, en base a un sesgo ideológico rayano con la estulticia.