El pasado 2 de mayo se celebró el Día Internacional contra el acoso escolar, al tiempo que desde Amnistía Internacional se insistía en el refuerzo de las medidas de prevención y protección frente al ciberacoso durante del periodo de confinamiento en el que todavía se encuentra gran parte de la humanidad, a la espera que los alumnos puedan retornar a las aulas en el mes de septiembre.
El mundo entero se conmocionaba hace unos meses con el vídeo de Quaden Bayles, un niño australiano con acondroplasia de nacimiento, que sufre acoso escolar y cuya madre decidió compartir para concienciar sobre los perniciosos efectos del tal lacra social. Su hijo aparece implorando que alguien lo mate.
Aunque resulta complicado contar con una certera estadística y concretar tasas objetivas sobre el suicidio infantil y juvenil, lo cierto es que ha aumentado el número de fallecidos. Según los datos del INE, cada mes un menor de edad se quita la vida en España.
Y si bien no se han concretado las causas de los suicidios, se estima que la mayoría de ellos vienen precedidos de situaciones de acoso escolar; las víctimas sufren un progresivo deterioro psicológico de su propia estima, pierden la esperanza y ante la pasividad de la mayoría, optan por arrojar definitivamente la toalla y quitarse la vida.
Antonio Cervero Fernández-Castañón, profesor universitario, pedagogo y psicólogo especialista en acoso escolar, metía el dedo en la llaga en una entrevista publicada por el diario asturiano La Nueva España, publicada en su edición del 9 de enero de 2018.
Alertaba sobre la problemática de las secuelas del acoso escolar, que marca de por vida a los afectados y que en ocasiones, como decimos, abocan en un suicidio: “cuando un niño de 12 o 15 años se sienta en tu consulta y te dice que se quiere morir a mí se me cae el alma a los pies”, apuntaba el psicólogo asturiano.
En la entrevista Antonio Cervero se mostraba indignado con los datos ofrecidos por la Consejería de Educación en Asturias, que a través de su Consejero aseguraba que la mayoría de los casos de acoso escolar que se denunciaban en dicha Comunidad eran falsos, puesto de los 109 casos registrados en el último curso escolar, solo 5 habían sido reales.
Y Antonio Cervero, salía al paso de tales afirmaciones, que desmentía categóricamente, puesto que en su clínica profesional, en ese periodo, había tratado más casos que el que recogían las estadísticas ofrecidas por la administración autonómica.
Apuntaba el psicólogo que, si bien es cierto que en Educación infantil es muy difícil que se produzca acoso, no es anormal que se den “conductas disruptivas que son el caldo de cultivo para que esos niños terminen siendo acosadores en Primaria o Secundaria” aconsejando atajarlo ya en edades tempranas.
Antonio Cervero insistía en que ya como había sucedido mucho antes con la violencia de género, negar el problema, no era la solución, y eso precisamente estaba sucediendo desde los centros por ocultar los casos porque, haciéndolo “hacemos creer a los niños que no les van a creer y entonces ¿para qué van a denunciar?”
El psicólogo negaba la eficacia de los programas de mediación entre acosador y acosado en estos casos, porque “siempre hay una postura de superioridad en el acosador”
Lamentaba Antonio Cervero la negativa incidencia de los “padres helicóptero, que están todo el día protegiendo a su hijo y son incapaces de reconocer que pueden ser acosadores”, que son chavales que “no tienen ningún tipo de tolerancia a la frustración y cuando en la adolescencia llegan éstas, inevitablemente, se vienen abajo”
Sin duda una de las consecuencias de estas penosas situaciones es la victimización secundaria en la que el psicólogo incidía por cuanto que lamentablemente la mayoría de las ocasiones desde los colegios se opta por decirle a la víctima que cambie de centro. Y luego llegan a las consultas “aterrorizados, con un bloqueo global, sintiendo una indefensión absoluta cuando el sistema que está obligado a atenderles se desentiende”.
Por último, el psicólogo advertía a los padres sobre la necesidad de estar pendientes y alertas ante el comportamiento o rendimiento en sus hijos, “de si el niño no quiere ir al colegio , está triste o muestra cambios de actitud”.
Como veremos a continuación, es cierto que al respecto del acoso escolar, desde hace un tiempo se remueven conciencias en la opinión pública, pero pese a ello, en nuestro país no adoptan reformas legales ni medidas efectivas para frenar la problemática del acoso escolar, más allá de un fragmentado mandato desde las distintas Consejerías autonómicas en el orden de instaurar protocolos de actuación en los centros, lo que supone una notable inseguridad jurídica, de la que desgraciadamente está revestido el sistema educativo nada uniforme que padecemos.
Y ante tal estigma social desde las instituciones públicas se trata de quitar hierro al asunto, para que se vean como hechos aislados o, cuando menos, de ofrecer datos que ni de lejos se corresponden con la realidad.
Seguimos pues estando a años luz de Finlandia, cuyo método KIVA ha cosechado un asombroso éxito, reduciéndose de forma considerable el acoso escolar y por ende la tasa de suicidios de los menores de edad.
En los últimos años otros medios de comunicación se han venido haciendo eco de niños y adolescentes que han dicho basta y puesto fin al, para ellos, infierno de su existencia, tras haber sufrido acoso escolar por parte de sus compañeros.
El primer trágico episodio del que oímos hablar fue en 2004, cuando Jokin, de 14 años, se arrojó al vacío desde la muralla de Hondarribia.
Otros, lamentablemente, harían lo mismo: en 2013, Carla de la misma edad, desde un acantilado de Gijón; en 2015, Arancha, con 16 años, desde un sexto piso y en 2016, Diego con 11 años, desde la quinta planta, ambos en Madrid en 2019 ; Andrés, de 16 años, desde un sexto piso en Jaén. Dramático fue igualmente, cuando en 2017 fue encontrada Lucía, de 13 años, ahorcada con un cinturón.
Muchos otros, por decisión de sus familias han permanecido en un respetable anonimato.
Emociona leer las líneas de la carta de despedida de Andrés.
“Ese era mi miedo cada noche. Sabía que estaba solo en esta batalla y que nadie me ayudaría. Pero, en serio, ¿creíste que tus palabras no me hacían daño? ¿qué tus bromas alguna vez me hicieron gracia? Vine a ese instituto con el fin de enfocarme en mis estudios, pero parece que no funcionaría. No lo entiendo, todo el rato fui un chico que no molestó a nadie, ni siquiera te molesté a ti. Entonces, ¿por qué siempre te acercabas para tratar que mi vida fuera un infierno? Yo, después de eso, me rompí. Quizás a veces me daban ganas de llorar en el mismo instituto, pero me mantuve fuerte.
No lo hice. Aguanté todo, pero me di cuenta que no podía más. Viendo mis opciones, no sabía qué era peor porque cada día iba a más. Y yo me dije: ¿tengo que estar así siempre? ¿viviendo con temor y no pudiendo dormir cada vez que venga un tío así
El hecho es que me di cuenta que en este punto de mi vida, no me vi futuro. Solo vi un oscuro agujero negro y ya no me enfocaba en mis estudios por culpa de él. Me sentía perdido y un día lo decidí
Pueden llamarme valiente, cobarde, exagerado, no me importará. Por fí, algo que me digan no me dolerá más y ahora voy a hacer lo más doloroso en mi vida para alcanzar mi último objetivo: descansar en paz”
Que todos los quedamos aquí, no solo como profesionales, o progenitores, familiares o amigos afectados, sino como ciudadanos responsables, al menos recordemos lo sucedido por estos niños y adolescentes y luchemos por erradicar el acoso escolar para que ni uno más dé ese paso hacia un vacío del que nunca se vuelve.
Mientras tanto, Jokin, Carla, Arancha, Diego, Lucía, Andrés y otros muchos, cuyo nombre nunca sabremos, descansad en paz. Una paz que no tuvisteis en vida.