Cuando Steve Jobs hizo su pública aparición para presentar su Iphone cambió para siempre el mundo de las nuevas tecnologías, en cuanto a lo que a comunicación de masas e información se refiere.
Nadie imaginaba que, en menos de una década, la proliferación del uso de smartphones alcanzaría tal dimensión que transformaría nuestra cotidianidad, hasta el punto de que son escasas las personas que no lo consultan a cada instante, visto que un simple dispositivo para llamadas telefónicas se ha convertido en un completo ordenador personal portátil del que estamos permanentemente pendientes.
Si a ello le unimos el creciente uso de las redes sociales y la existencia de aplicaciones que permiten editar imágenes fácilmente, está a la orden del día la posibilidad del reenvió instantáneo a multitud de personas de mensajes y fotografías con contenido satírico.
Nos estamos refiriendo con ello a los populares “memes”, que diariamente recibimos y reenviamos a amigos para compartir lo que nos parece original, destacado, extravagante o simplemente divertido.
Y como muestra un botón o mejor dicho tres, al hilo de la rabiosa actualidad sobre el contagio masivo del Coronavirus, recientemente calificada como pandemia por la OMS y que trae en jaque a los sistemas sanitarios de todo el mundo.
El primero, con la imagen de un hombretón, greñudo, vestido con camiseta de tirantes y pantalones militares, que parece estar consultando su teléfono móvil, mientras espera para ser atendido en un centro sanitario. Y reza el “meme”: << sabes que es el puto fin del mundo cuando ves a Rambo en urgencias!!!>> acompañándose al texto con dos emojis sonrientes.
El segundo , similar al anterior, un hombre de gafas no especialmente atractivo y ciertamente desaliñado y despeinado, con un pronunciado rizo, se encuentra sentado en el banco de una iglesia, con una camiseta del conocido personaje de DC “Superman”. Y se acompaña de <<Cuando el que reza es Superman…es que estamos jodidos todos ya>>
El tercero, más simple, una captura de pantalla de un mensaje de whatsapp, enviado por Coronavirus-@Coronavid-19, acompañado de una imagen de un virus a través de un microscopio << No puedo con Jordi Hurtado>>
En los tres supuestos, no cabe duda que son producto de la originalidad e ironía de sus autores, frivolizando quizás sobre una enfermedad, cuya vacuna todavía no ha sido encontrada, que está causando muertes y que puede suponer un colapso global de los sistemas sanitarios, amén de una crisis económica similar a la de 2008, pero sin aparente mal gusto u ofensa flagrante. No es extraño pues que al menos esbocemos una sonrisa.
Pero en cuanto a los dos primeros supuestos cabe preguntarse si esas personas tuvieron conocimiento de que eran fotografiados, y si aún así fuera, dieron su consentimiento para que su imagen, retocada o no, pudiera ser difundida con un texto satírico.
Apostaría por una respuesta negativa.
Y ello nos obliga a una breve reflexión sobre el contenido de los derechos al honor, intimidad y propia imagen, cuya protección civil está prevista en la Ley Orgánica 1/1982 de 5 de mayo.
El derecho al honor puede definirse como la estima que cada persona tiene de sí misma y el reconocimiento de los demás de nuestra dignidad, lo que le conecta con la fama y la opinión social; tal derecho ha de ser valorado según las circunstancias de tiempo y lugar, teniendo en cuenta la relevancia pública del personaje y su afectación a la vida profesional o a la privada.
El derecho a la intimidad se vincula a la esfera más reservada de las personas y al ámbito que éstas debe preservarse de las miradas ajenas, por pertenecer a su esfera más privada, vinculada con la dignidad y el libre desarrollo de la personalidad; su extensión se ve condicionada por el carácter de la persona o el aspecto concreto de su vida que se ve afectado, de acuerdo también con las circunstancias particulares del caso.
Por último, el derecho a la propia imagen salvaguarda la proyección exterior de dicha imagen como medio de evitar injerencias no deseadas, de velar por una determinada imagen externa o de preservar una imagen pública, estando íntimamente condicionado por la actividad del sujeto, que en el supuesto de que sea pública, supondrá una mayor exposición.
No cabe duda que tales derechos podrán estar, según las circunstancias, en evidente contraposición y conflicto con las libertades de expresión e información.
Retomando los ejemplos anteriores, poco o nada debemos añadir si las dos personas referidas han dado su consentimiento para ser fotografiados o les resulta gracioso que globalmente se les conozca como aquellos icónicos personajes interpretados por Christopher Reeve y Sylvester Stallone o que no le den importancia a que todos sepamos lo que estaban haciendo en un momento determinado de su vida, es decir, en un centro de salud y en una iglesia.
Pero supongamos que no sea así.
Evidentemente, una posible reclamación por su parte se antoja harto difícil, aunque no imposible. Y no lo decimos por la dificultad probatoria, que no es tanta, vista la posibilidad de solicitar una prueba pericial para el acceso a los datos y metadatos de cualquier smartphone, sino porque una judicialización a tal escala para promover la comparecencia de miles de personas que han reenviado imágenes obtenidas sin consentimiento, en el orden de cuantificar el daño moral originado, abocaría a un colapso del sistema judicial, ya lastrado por un excesivo retraso.
Pero quizás convenga reflexionar antes de pulsar “reenviar” en nuestra pantalla táctil para difundir una imagen de la que se hace mofa o escarnio público, si realmente estamos haciendo más mal que bien, por muy gracioso que nos resulte compartirla.
Porque siendo menos amables, pensemos en otros “memes” de menores de edad, o de personas enfermas, o físicamente poco agraciadas que sirven de soporte para tener unos segundos de cruel diversión, humor negro y relax en nuestras estresantes vidas.
No se trata de tener la piel fina hasta el exceso, sino de hacer un ejercicio de autocrítica y valorar hasta dónde podemos llegar y dónde hemos de poner el freno a determinadas acciones que tienden a zaherir al prójimo, máxime como adultos que debemos inculcar a los menores de edad valores de ciudadanía y respeto a los demás.
Y dado que inevitablemente nos encontramos en la era de la “Memecracia”, como ha bautizado la periodista Delia Rodríguez, convendría hacer un ejercicio conjunto de empatía para preguntarse si nos ofendería que, sin nuestro conocimiento, nos fotografiaran o fotografiaran a nuestros seres queridos y si nos ofendería que, sin la debida autorización, se difundieran por doquier esas fotografías con intención de ridiculizarnos.
Esta vez apostaría por una respuesta positiva.