Cuando en 1981 contaba con once años, tuve la oportunidad de comprar una entrada para ver en la sesión de las ocho de la tarde una de esas películas que nosotros por entonces llamábamos “de mayores”.
Era aquel un cine de verano, con evidente laxitud a la hora de imponer a los menores de edad las normas restrictivas de su acceso a las salas, pero esa permisividad contribuyó a forjar mi amor al séptimo arte, si bien una década después, el local tuvo que sucumbir a los nuevos tiempos y cerrar para siempre.
El póster de la película El resplandor ya me impresionaba como niño, con ese desencajado rostro de Jack Nicholson, el hacha atravesando la puerta y una aterrorizada Shelley Duvall, sosteniendo un cuchillo de cocina.
Debajo del título, una frase que, pese a que no acaba de entender, me produjo gran impacto: La ola de terror que barrió América ESTA AQUÍ.
No fueron pocas las noches que luego dormiría con cierto desasosiego, recordando a las terroríficas gemelas en el pasillo o aquella decrépita anciana en el cuarto de baño.
Pero ya desde entonces, El resplandor formaría parte de mi particular decálogo de películas favoritas, porque como decía el mítico crítico cinematográfico y periodista Carlos Pumares, una obra maestra es aquella, que nunca te cansas de ver y que afrontas en un nuevo visionado, como si fuera la primera vez, desconocedor del devenir de sus protagonistas.
Y pese a que El resplandor tiene muchos detractores, al menos para quien escribe estas líneas, es una obra maestra de la cinematografía, por mucho que se aparte e incluso desprecie, la obra en la que se basa y no adapta, la homónima novela de Stephen King.
Pero la maestría del film se debe, más allá de las estupendas interpretaciones o su fotografía, a la dirección de un genio, Stanley Kubrick, que ya había pasado a la historia del cine con joyas como Espartaco, Senderos de gloria, Lolita, 2001, una odisea del Espacio, La naranja mecánica o Barry Lyndon.
Sin embargo, su maestría detrás de las cámaras, siempre se ha visto empañada por un perfeccionamiento llevado hasta la obsesión enfermiza, no solo a la hora de abordar la dirección, sino en todos y cada uno de los pormenores que supusieron rodaje, montaje e incluso la distribución de sus trece películas, número ciertamente escaso para una actividad de cuarenta y ocho años, como prueba evidente del exigente inconformismo con su propio trabajo.
Pues bien, ese extremo carácter resultó insoportable para gran parte de los profesionales que coincidieron con él, y a quien consideraron una persona cuadriculada, neurótica, insensible, agresiva, tiránica y porque no decirlo, sádica.
Shelley Duvall contaba con veintinueve años y una delgadez extrema cuando inició el rodaje de El Resplandor en la primavera de 1978.
El director Robert Altman la había hecho debutar ocho años antes con El volar es para los pájaros y la actriz ya había cosechado éxito con sus posteriores papeles en Nashville y Annie Hall, pero sobre todo con Tres mujeres, película por la que Duvall obtuvo la Palma de oro a la mejor actriz en el Festival de Cannes, como augurio de una exitosa carrera.
Para interpretar el papel de Wendy Torrance, Jack Nicholson había sugerido como mejor opción la de Jessica Lange, con quien se disponía a rodar El Cartero siempre llama dos veces, pero Kubrick buscaba a una persona no especialmente atractiva, que evidenciara fragilidad y carácter débil, justo lo contrario que representaba la Wendy de la novela de King.
Y no cabe duda que el director acertó de pleno, como tantas veces, porque su interpretación ofrece un desgarro emocional con el que a bien seguro se sienten identificadas muchas mujeres que hayan podido sobrevivir a una situación tan horrible como la que narra el film.
No obstante, desde estas líneas hemos de recomendar encarecidamente a quien por primera vez pretenda ver El resplandor, que la escuche en versión original, porque la elección de los actores de doblaje (otra imposición de Kubrick) fue del todo desacertada, pese a los esfuerzos de la actriz Verónica Forqué, inexperta en tales lides, al doblar a Duvall.
Sea como fuere y a diferencia del histrionismo habitual de la actuación de Nicholson, muchos han atribuido la enorme credibilidad ofrecida por su compañera de reparto a que ya se encontraba destrozada anímicamente, tras el hostigamiento y trato vejatorio que había sufrido del propio director.
En este sentido, resulta interesante revisar un documental realizado por Vivian Kubrick, hija del director, que durante treinta minutos nos muestra como se abordó el rodaje de las escenas más terroríficas y en el que podemos ver y escuchar a una abatida y ojerosa Shelley Duvall, quejándose amargamente, siendo consolada por la guionista Diane Johnson, mientras es ninguneada por el resto, incluido el propio Kubrick
Luego se conocería que el equipo de trabajo había sido aleccionado por Kubrick para que no se comunicaran con ella y en todo momento estuvieran alejados, fríos y distantes de una persona necesitada de un mínimo tacto y afecto, máxime cuando la propia actriz estaba sufriendo una difícil situación personal derivada de la ruptura con su pareja de entonces.
Pero es que además, Kubrick la humillaba delante del todo el equipo, en vez de llevarla aparte para criticar su actuación, con insultos y acusaciones de que por culpa de su falta de profesionalidad estaba retrasando el rodaje y arruinando económicamente a la Warner Bros,productora que por cierto, jamás discutía la decisiones del genio.
Como consecuencia de todo ello, era habitual ver llorando a una desconsolada Shelley Duvall, que llegó a sufrir varios episodios de angustia y algún ataque de pánico, acompañados con pérdida del cabello, tal y como muestra la actriz en el documental ante un impertérrito director.
Kubrick justificaría su vil comportamiento argumentado que Duvall precisaba de una mayor presión psicológica que la ayudara a dar lo mejor de sí misma y no cabe duda que se consiguió el objetivo, pese a que, como tantas veces hemos dicho desde esta web, el fin no debe justificar los medios.
“Ayuda” que otros compañeros de reparto no necesitaron, afortunadamente, como fue el caso del niño de cinco años Danny Lloyd, que fue mimado y protegido en todo momento por Kubrick, animándolo a jugar, más que a interpretar.
Y en lo que a Jack Nicholson se refiere, si bien mantuvo un dura pugna con Kubrick por los continuos cambios en el guión, vista su condición de estrella, gozó de un trato más favorable del director, que tan solo insistió en que se alimentara a base de bocadillos de queso, que Nicholson detestaba, para fomentar la irá en su actuación.
No obstante, en el documental se puede ver llorando al veterano actor Scatman Crothers, que si bien justifica sus lágrimas como expresión emocional por el privilegio de haber actuado en El resplandor, todo apunta a que también había sufrido la ira y despótico trato de Kubrick, aunque en menor medida que Duvall.
Dicha situación se fue prolongando durante todo el rodaje, previsto inicialmente para solo diecisiete semanas, pero que finalmente precisó de trece meses, durante los que el reparto tenía que llevar en ocasiones una máscara de gas para protegerse de las novecientas toneladas diarias de nieve en polvo que se fabricaban.
Pero tamaño retraso obedeció únicamente a que a la meticulosidad de Kubrick llegaba hasta el extremo, con su recurrente norma de rodar infinidad de veces muchas de las escenas
Para una de las más tensas, cuando su enloquecido esposo sube las escaleras mientras Wendy agita con violencia un bate de beisbol, fueron necesarias ciento cuarenta veces, tras las que la actriz preciso curar las llagas de su mano.
Y para el momento más terrorífico , cuando Jack Torrance trata de irrumpir con el hacha en el baño, se tuvo que cambiar la puerta destrozada un total de sesenta veces, de las ciento veintisiete que fueron precisas hasta que Kubrick se dio por satisfecho.
Mientras tanto, el endiosado director, sin dar explicaciones, profería dos palabras que caían como una losa en todos los presentes y en especial, en Shelley Duvall : “Otra vez”.
Tras finalizar el rodaje, el agotamiento nervioso que ella había padecido ya había causado mella en su salud mental, derivando en una prolongada depresión, agudizada por las feroces críticas que recibió El resplandor, pese al éxito de taquilla, algo ciertamente incomprensible.
El tiempo, insobornable juez, con el paso de los años pondría a la película en el sitio que le corresponde, pero aún hoy día parece un despropósito que la actuación de Shelley Duvall fuera calificada por entonces como “mala”, “cómica” o ,“sobreactuada” e igualmente injusto que, lejos de aspirar a un merecido Oscar, fuera nominada a la peor actriz para los Golden Raspberry Awards, dudoso honor del que tampoco se libraría el propio Kubrick, como director.
El mismo año del estreno de El resplandor fue coincidente con Popeye de Robert Altman, película que constituyó un rotundo fracaso y donde Shelley Duvall interpretaba a la mítica esposa del personaje animado que encarnaba el hoy fallecido Robin Williams.
Después de aquello, la actriz no levantaría cabeza, limitándose sus intervenciones más relevantes a la película Los héroes del tiempo y a diversas apariciones televisivas de cuentos infantiles o en capítulos de series como Frasier y La ley de los ángeles.
Pero desde su retirada como actriz en 2002, Duvall ha sido noticia por una excentricidades que evidenciaban que la merma en su salud mental ya parecía irreparable.
Y así, en 2009 se supo que pasaba en vilo todas las noches, esperando la llegada de seres de otro planeta, que debían acceder a nuestro mundo a través del jardín de su casa.
Siete años después, Shelley Duvall haría saltar todas las alarmas al aparecer en el Show del Doctor Phil, polémico programa en el que se ofrece ayuda psicológica a personas enfermas, pero que es duramente criticado por intentar ganar audiencia explotando los sentimientos ajenos, cuya exposición no siempre encuentran como respuesta la empatía y solidaridad de una opinión pública, cada vez más cruel.
A la edad de sesenta y siete años, su imagen física era devastadora y no solo por su desaliño, sino por evidenciar un trastorno de personalidad, afirmando que su compañero en Popeye todavía seguía vivo y se transformaba en diferentes cuerpos e incluso que la controlaban a través de un chip que habían implantado en su pierna.
Sería muy osado aseverar que su lamentable estado se debe exclusivamente al trato que recibió de Kubrick en El resplandor tanto tiempo atrás, pero no cabe duda que aquello incidió pésimamente en su autoestima, no solo como actriz, sino como persona.
Y es que la actitud de Kubrick supuso un intolerable abuso desde el poder de una dirección, que por muy magistral que fuera, adolecía del mínimo respeto por la integridad física y moral de una persona, que continuamente demandaba ánimo y apoyo para poder sobrellevar el infierno que estaba soportado durante aquel rodaje.
No en vano, la propia Vivian King, quizás avergonzada por lo sucedido con su padre, fue la primera que intervino en 2016 para denunciar que se habían aprovechado de Shelley Duvall en el sensacionalista Show del Doctor Phil.
Sin duda, como hija de Kubrick, Vivian tuvo que soportar sus iras y mal genio; en este sentido, todavía pueden verse grabaciones caseras de cuando era niña, en las que su padre se muestra excesivamente duro con ella por algo que, a ojos de un tercero, es del todo insignificante y excusable.
No queremos ni imaginarnos si Vivian hubiera llevado suspensos a casa.