Cuando escribimos estas líneas, el mundo aún contiene la respiración y se mantiene en vilo ante la enorme incertidumbre generada en Estados Unidos, tras las elecciones del pasado martes, mucho más reñidas de lo que se esperaba.
No vamos ahora a explicar el complejo entramado del proceso electoral norteamericano, pendiente del recuento en diferentes Estados, pero Donald Trump ya ha cuestionado la licitud del voto adelantado, con una acusación de fraude institucionalizado a gran escala que pretende manipular la realidad para privarlo de la renovación de su mandato.
El populista Presidente, se siente a gusto en el cuerpo a cuerpo y no ha vacilado un solo instante para anticipar que acudirá al Tribunal Supremo ante lo que entiende una falta de transparencia y contabilización de votos ilegales, lo cual no deja de ser surrealista, porque ni siquiera aún se sabe si los supuestos votos anticipados que entiende irregulares le van a favorecer o no.
Desde su partido político, muchos republicanos ya muestran la preocupación de que su líder mantenga como norma el cuestionamiento permanente del sistema democrático para conservar el poder a toda costa y algunos ya se están arrepintiendo de haberse entregado a sus desmanes populistas, que ha dividido a la sociedad norteamericana, como nunca antes había sucedido.
En estos momentos, Joe Biden parte con ventaja en cuanto al escrutinio y se mantiene expectante ante lo que ocurra en los próximos días o incluso horas, con una más que probable judicialización del conflicto.
A sus setenta y siete años, el demócrata no era ni mucho menos el candidato ideal, pero paradójicamente se puede convertir no solo en el Presidente de los Estados Unidos de mayor edad, sino en el más votado de la historia.
No obstante, ya se da por seguro que en caso de victoria, Biden no se presentaría a la reelección en un mandato, que algunos incluso dudan que pueda agotarse, dada su avanzada edad.
Pese a ello, los demócratas ya cuentan en la recámara con Kamala Harris , que no solo puede convertirse en la primera mujer que accede a la vicepresidencia de la nación, sino que figura muy bien posicionada como relevo en el liderazgo del partido, con el permiso de la familia Obama.
Pero aunque se confirme que Biden es el cuadragésimo sexto Presidente de Estados Unidos, ya se cierne la sombra de la duda sobre su posible mandato.
Y es que muchos, incluidos sus propios votantes, no confían en que su personalidad se corresponda con la de un líder sólido que los ciudadanos norteamericanos van a necesitar para afrontar un futuro condicionado por una acuciante crisis sanitaria, social y económica.
Cierto es que pocos pueden presumir de una experiencia política tan amplia como la de Biden, que ha permanecido en distintos puestos de la administración, desde hace más de cuarenta años e incluso ha sido el segundo de a bordo durante los ocho años del mandato de Obama.
Uno aún recuerda aquella delirante paranoia de algunos norteamericanos, tan afectados tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando trataban de rebuscar una siniestra simbología en la candidatura OBAMA BIDEN para asociarlo al nombre del enemigo público número uno, ya eliminado: OSAMA BIN LADEN.
Pero Joe Biden formó un buen tándem con Barack Obama, que dio muestras de una generosidad e indulgencia más que notables, puesto que aquel había sido muy crítico con el afroamericano durante las primarias, gesto que ha sido imitado por el propio Biden, al confiar en la referida Kamala Harris para la vicepresidencia, tras haber sido ella una dura oponente como candidata republicana.
Otros han insinuado que en muchas apariciones públicas no es extraño verlo mostrándose demasiado cercano en cuanto a lo físico con las mujeres e incluso niñas desconocidas que se acercan a él y que se muestran incomodas ante el exceso de confianza de un siempre sonriente, amable , “besucón” y “sobón” Biden que ha llegado a ser denunciado, si bien nunca ha sido procesado por delito alguno.
Precisamente, cuando Biden ya se posicionaba para la candidatura, no fueron pocos los que entendieron que el movimiento #MeToo , siempre atento a las acusaciones por acoso sexual, había medido con distinto rasero situaciones análogas, según la condición política del denunciado.
En este sentido, sin perjuicio de que no podemos ser ni jueces ni partes, uno puede aproximarse para valorar desde su punto de vista cada uno de los vídeos que aún pueden verse en las redes sociales, en los que Biden, recibe a muchas personas, tanto adultos como niños.
Si se deduce que su conducta es la de un entrañable anciano casi octogenario, con varios nietos, al que le encantan los niños y no que no puede reprimir un inocente afecto por ellos, quizás efectivamente debe cuidar sus formas y mantener un rictus más presidencial y británico y menos humano y latino.
Pero si se deduce que existe un perverso animo pedófilo con tanto tocamiento y cercanía física, se trata del depredador sexual más descarado y menos prudente de la historia.
Pero más allá de estas acusaciones, a las que le vemos poco recorrido, Biden siempre ha adolecido de lo que se conoce como síndrome del impostor, que muchos achacan a un exceso de modestia, rayana con lo pusilánime y a una baja autoestima, pese a que siempre se muestra afable , dicharachero y seguro de sí mismo.
Y así su larga trayectoria evidencia dos intentos frustrados para ser Presidente en 1988 y 2008, amén de un periplo de rectificaciones y disculpas públicas tras sus errores, como haber plagiado el discurso de un político británico en una de sus intervenciones de 1987 o haberse mostrado condescendiente y poco objetivo al presidir la comisión de Asuntos Judiciales del Senado de EE.UU en un proceso de investigación a un magistrado por una acusación de acoso sexual.
Y esta personal convicción de que no es lo suficientemente valido o competente contrasta como la noche y el día con lo que ofrece un narcisista como Donald Trump, cuya arrogancia y valores se sitúan en las Antípodas de la modestia, como el de tantos exitosos multimillonarios, que jamás reconocen un error o piden disculpas, sin importar a quien avasallan para lograr su objetivo.
Pero la vida personal de Biden no ha sido nada fácil y su carácter se ha visto forjado en un dolor, no siempre soportable para muchos.
En el inició de su carrera política perdió a su primera mujer y a una hija en un fatal accidente de tráfico, justo cuando disfrutaba su elección como senador por Delaware en 1972, cargo que ostentaría hasta el año 2009.
De los otros dos hijos supervivientes que ocupaban el vehículo, el que luego aspiraría a ser gobernador fallecería de un cáncer cerebral a la edad de cuarenta y cinco años, mientras que el otro tendría serios problemas con el alcohol y las drogas.
Pero lo que muchos desconocían hasta hace unos meses es que una de las circunstancias personales que más le han afectado a Joe Bidan es una tartamudez, no del todo superada, como siempre evidencia con sus titubeos cuando habla en público.
Prueba de ello, el reciente debate televisivo que le enfrentaba a Trump, tres años más joven que él, pero que es conocido por una locuacidad contaminada de agresividad verbal y una agilidad mental, ciertamente llamativa para su edad.
Muchos recordarán la historia del Jorge VI de Inglaterra, que debió afrontar un problema similar al de Biden para poder dirigirse a la nación, tal y como se nos narra en la película ganadora del Oscar, El discurso del Rey.
Pero a diferencia del monarca británico, Biden no pudo evitar ser objeto de burlas y menosprecios por su trastorno en el habla, no solo por parte de sus compañeros de colegio, sino también de alguna de sus profesoras.
Pese a ello, ya como adolescente, nunca dejó de ensayar frente al espejo, leyendo poesía hasta la extenuación, intentando mantener la calma para procurar no acelerarse y evitar trompicones en el habla.
En suma, muchos opinan que Biden no es una persona en la que confiar como político relevante, puesto que quizás le pueda temblar el pulso en momentos en los que se ha que ser determinante, máxime si es líder de la nación más poderosa del mundo.
Pero es innegable que todos han de reconocer el enorme mérito de una persona que ha superado múltiples escollos, con las dudas y vacilaciones propias de todo humano y pese a ser minusvalorado por su defecto, ha sabido perseverar hasta aspirar a formar parte de la Historia de su país y de la humanidad , como pocos habrán logrado jamás.
Y ahora le toca enfrentarse a su penúltima batalla, un encarnizado combate frente a Donald Trump, una persona cuyo pasado le sitúa en el seno de una familia acomodada, liderada por un progenitor severo y ambicioso, la estancia en una academia militar en la que fue conocido por la dureza con sus compañeros, una vida como adulto en la que se ha hecho multimillonario, esquivando con destreza y algo de suerte aquellos obstáculos que apuntaban a una ilegalidad en sus ambiciosas decisiones empresariales y un acercamiento a los medios de comunicación en los que ha labrado su popularidad para conseguir arrebatar la Presidencia a la pretenciosa Hillary Clinton.
¿Quién ganara finalmente las elecciones? ¿Prevalecerá la modestia o la arrogancia? ¿Triunfará el inseguro tartamudo o el prepotente matón de patio de colegio?
Nada que ver con aquella pugna post electoral entre Al Gore y Bush.Jr. Ni mucho menos.
Y es que Trump venderá muy cara su derrota pese a que con su intransigencia y beligerancia siga alentando a sus enfervorizados votantes, alguno de los cuales ya ha dado muestra de su violencia en las calles,vistiendo de militares y portando armas de fuego.
Cuando terminamos de revisar esas líneas para publicar en internet, nos detenemos en una última aparición de hace escasos minutos en Twiter, su red social favorita: STOP THE FRAUD, ha escrito hace breves minutos.
Pero mucho nos tememos que no sucederá lo mismo con Biden,que en caso de derrota, reculará como siempre ha hecho para volver a seguir adelante, tras enmendar su enésimo error.
Va con la naturaleza de cada uno, porque cada uno es como es.
Un puño de hierro y un guante de seda que nunca convergerán en una misma mano.