Poco antes de fallecer en 1980, un deprimido Alfred Hitchcock recibió la sorpresiva visita de una de sus primeras actrices fetiche, Ingrid Bergman, protagonista femenina de Recuerda ( 1945 ) Encadenados ( 1946 ) y Atormentada ( 1949 ) la inolvidable Ilsa en Casablanca (1942) y ganadora de dos Oscars de la Academia a la mejor actriz principal por Luz que agoniza (1944), Anastasia (1956) y otro a la mejor actriz de reparto por Asesinato en el Orient Express (1974)
Ingrid Bergman llevaba tiempo luchando contra el cáncer de mama, enfermedad que abocaría en su fallecimiento en 1982 y gracias a su fortaleza interior fue una de las pocas personas que en aquellos momentos tan difíciles pudo levantar la moral de su moribundo amigo.
Treinta y cinco años atrás el realizador británico se había enamorado perdidamente de esta belleza nórdica que, tras triunfar en su Suecia natal con la primera versión de Intermezzo (1936), aterrizó en un Hollywood que muy pronto comprobó que no iba a ser una estrella manejable, ni mucho menos.
No en vano, como evidencia de su personalidad, seguridad en sí misma e independencia, Bergman amenazó con volverse a su país, si el poderoso David O. Selznick continuaba insistiendo para que se cambiara el nombre y retocara su rostro.
Fuerte carácter sin duda el suyo, forjado tras una difícil infancia y comienzo de la adolescencia en las que tuvo que padecer el prematuro fallecimiento de sus dos progenitores, siendo ya huérfana a los catorce años, lo cual la convirtió en una persona reservada y fría a la hora de demostrar sus sentimientos e involucrarse emocionalmente, en la búsqueda de un caparazón que la preservara de una nueva perdida.
Pero además su juventud estuvo condicionada por su ascendencia germana en un periodo muy controvertido de la historia, con un pujante nazismo que la obligaba a saludar a su tía materna con el infame saludo que todos conocemos.
Además, su extraordinaria estatura (un metro y setenta y cinco centímetros, con solo trece años) suponía un enorme complejo para ella, tal y como Bergman recordaría más tarde:
“Odiaba la escuela porque era más alta que las demás, desgarbada y tímida. No era muda, pero solo hablaba cuando tenía que hacerlo. Si sabía la respuesta a una pregunta y tenía que darla, simplemente el tener que levantarme de mi silla y ponerme en pie ante toda la clase me hacía enrojecer. La escuela era un infierno y me sentía sola”
Sin embargo, como veremos más adelante, su tenacidad no sería suficiente para salir indemne, tras ser defenestrada por la opinión pública norteamericana, que no perdonó su osadía de subvertir tanto las reglas morales como las convenciones sociales.
Pero volviendo a su relación con el orondo director británico, amén de que él si se salió con la suya para que Bergman se tiñera de rubia para interpretar a la psiquiatra enamoradiza de Recuerda, dentro del elenco de anécdotas difícilmente contrastables, Hitchcock siempre contaba que la propia actriz durante el rodaje de Encadenados se había negado a abandonar su dormitorio hasta que accediera a acostarse con ella.
No obstante, la intuitiva Bergman, que de inmediato captó la compleja personalidad del mago del suspense y su peculiar sentido del humor, lejos de darle importancia, nunca llegaría a sentirse ofendida por tal ocurrencia para consolidar una amistad que perviviría unas cuantas décadas más
Sin embargo, mayores problemas tuvieron la actriz y el realizador durante el rodaje de Atormentada, vistas las dificultades técnicas que suponía su realización, con largos planos secuencia, emulando lo que antes había logrado con La soga (1948)
Y es que fue tal la crispación que se generó que como luego reconocería la propia actriz en su biografía “nos volvía locos a todos…….es la única vez que me he echado a llorar en el plató”
No obstante, según relata el biógrafo Donald Spoto en Alfred Hitchcock, la cara oculta del genio, el director, lejos de amilanarse ante su estrella, para aplacarla se sirvió de una de sus tácticas, tan simple como efectiva:
“Hitchcock recordaría la agonía que sufrió entonces la Bergman y su reacción a los problemas impuestos por su poco ortodoxo método:
<<Se sumió en un estado terrible…simplemente me dijo que abandonaba.
Entonces hice lo que siempre hago cuando la gente empieza a discutir conmigo; sencillamente me di media vuelta y me marché a casa.
Más tarde me dijeron que aún seguía histérica veinte minutos más tarde.
Ni siquiera debió darse cuenta de que yo me había marchado.
Al día siguiente me dijo: De acuerdo Hitch, lo haremos a tu manera y yo le dije, No es mi manera, Ingrid, es como debe hacerse>>”
Sea como fuere, seguía intacta la devoción que Hitchcock sentía por Bergman, si bien dentro del respeto mutuo, dado que aún no había llegado al extremo del penoso comportamiento que tuvo años más tarde con la rubia protagonista de Los pájaros y Marnie, a quien llegó a acosar, tal y como relatamos en el blog.
No obstante, el realizador sí se sintió muy dolido y herido en su orgullo cuando Bergman lo dejaría todo, literalmente, por el que sería el amor de su vida, Roberto Rosellini, siendo además doble la decepción de Hitchcock, toda vez que no solo era abandonado por otro hombre, sino que además se trataba de un colega de profesión.
El inicio del apasionado romance fue una simple carta, que ya ha pasado a la historia, en la que la actriz le manifestaba su admiración al realizador italiano, tras haber visto dos de sus películas más célebres:
“Querido Sr. Rossellini: He visto sus cintas ‘Roma, ciudad abierta’ y ‘Paisá’ y las he disfrutado mucho. Si usted necesita una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no ha olvidado su alemán, que no entiende mucho de francés y que en italiano sólo puede decir ‘ti amo’, estoy lista para viajar y hacer un film con usted.”
Y no se hizo esperar la complaciente y protocolaria respuesta de un sorprendido Rosellini, que apenas conocía a Bergman, toda vez que estaba alejado del firmamento hollywoodiense:
“Acabo de recibir con gran emoción su carta que, por coincidir con mi cumpleaños, se ha convertido en el regalo más precioso. Ciertamente he soñado en rodar una película con usted y desde este momento me esforzaré en que sea posible. Le escribo una larga carta comunicándole mis ideas. Con mi admiración acepte, por favor, mi gratitud y mis cordiales saludos”
Dicho y hecho, ambos coincidirían muy pronto en el país transalpino para realizar Stromboli (1950) publicándose una auténtica bomba informativa, soltada por Louella Parsons, una de las dos cotillas oficiales de Hollywood, que le ganó la partida a su gran rival Hedda Hopper; algún día escribiremos sobre ambas en el blog.
La fuente de Parsons fue nada menos que uno de los productores del film, el peculiar Howard Hughes, que ciertamente erró el tiro a la hora de promocionar el film, tras desvelar que la fulgurante estrella estaba embarazada de Rosellini.
El escándalo fue mayúsculo, toda vez que si bien Rosellini mantenía una relación con una de sus musas, la temperamental Anna Magnani, era aún más delicada la situación de Bergman, visto que estaba casada con el dentista sueco Petter Lindström con quien tenía una hija de 11 años, si bien ya se había distanciado de su esposo y no solo en términos kilométricos.
Ante el revuelo informativo, con unos Estados Unidos siempre apremiados por su doble moral, el aviso/amenaza no se hizo esperar, cuando la actriz recibió una misiva de Joseph I. Breen, director de la administración del código producción cinematográfica, a quien Spoto califica como “perro guardian de la pureza moral norteamericana” en Notorius, biografía de Bergman:
“los periódicos norteamericanos han estado difundiendo, bastante ampliamente, una historia acerca de que usted está a punto de divorciarse de su esposo, abandonar a su hija y casarse con Roberto Rosellini.
No hace falta decir que estos reportajes son causa de una gran consternación entre gran número de nuestra gente que ha llegado a considerarla como primera dama de la pantalla, tanto individualmente, como artísticamente. Por todas partes no oigo más que expresiones de profundo shock, ante la idea de que tenga usted tales planes.
Tales historias no solo no actuarán favorablemente para su película sino que pueden muy bien destruir su carrera como actriz cinematográfica”
Y así fue, la carrera de Bergman parecía haber concluido abruptamente en Hollywood, y desde las altas instancias se encargarían de ello, toda vez que fue declarada persona non grata en una votación extraordinaria a instancias del senador Edwin C. Johnson, que se refirió a ella como “Una poderosa influencia en pro del mal”, llegando a quemarla metafóricamente en la hoguera al señalar que “si gracias a la degradación asociada con Stromboli pueden establecerse en Hollywood la decencia y el sentido común, entonces Ingrid Bergman no habrá destruido su carrera en vano. De sus cenizas puede renacer un Hollywood mejor”, recomendando el destierro “puesto que ambos personajes extranjeros son culpables de degradación moral, no pueden poner pie en suelo norteamericano bajo nuestras leyes de inmigración”
Pero la caza de brujas no había hecho más que empezar.
Amén de que la actriz fue vilipendiada no solo por la Iglesia Luterana a cuya confesión pertenecía, sino también por el Vaticano, Bergman llegó a recibir cerca de CUARENTA MIL CARTAS, muchas de ellas anónimas, en las que decepcionados fans la insultaban con obscenidades y amenazaban gravemente.
Aunque ahora nos pueda parecer increíble, dada la necedad imperante de no saber diferenciarse una vida pública de otra privada, por entonces resultaba inconcebible que alguien que en la pantalla había encarnado a personajes tan positivos, casi angelicales, pudiera estar teniendo un comportamiento tan errático como irresponsable.
Por ello, al haber abandonado a su marido e hija, la virginal y piadosa monja de Las campanas de Santa María (1945) al igual que su posterior personaje en Juana de Arco (1948) debía rendir cuentas por sus pecados.
La sensación que imperaba era que Bergman lo había todo planeado desde el principio para abandonar vilmente a su familia, algo que carece de todo lógica en una estrella de Hollywood como era ella, visto que tenía al público rendido a sus pies y que le sobraban guiones para elegir de los muchos trabajos que le seguían ofreciendo para filmar a las ordenes de los mejores directores de la historia del cine.
En suma, un sentimiento de pertenencia al pueblo americano que, como colectivo podía a su antojo adularla por su labor como actriz pero luego menospreciarla por su errática vida personal, visto que debía ejemplificar como esposa y madre lo que evidenciaba en la pantalla.
En la prensa italiana tampoco fueron especialmente respetuosos con la estrella, y haciendo gala del término que han hecho internacionalmente famoso, los paparazzi la asediaron mientras permanecía ingresada con ocasión del parto de su hijo, hasta el punto de que alguno de ellos logró colarse haciéndose pasar por una mujer embarazada, mientras que otros trataron de sobornar a las religiosas que trabajaban en una cínica que llegó a recibir centenares de cartas durante su estancia.
Tras divorciarse de Lindström, Bergman y Rosellini contrajeron matrimonio por poderes en un Juzgado de México y estuvieron unidos durante siete años, durante los que rodaron otras cuatro películas que resultaron un fracaso en taquilla, si bien fueron tardíamente elogiadas por una crítica más selecta.
Y no es que fueran precisamente fáciles los últimos años de su relación conyugal, toda vez que durante el rodaje de Anastasia en el Reino Unido, una Bergman que ya actuaba a las órdenes de otro director, tuvo que soportar como su despechado marido la amenazaba con suicidarse si no abandonaba la película.
Sin embargo, la actriz se salió con la suya, logrando imponer su voluntad y no solo obtendría como recompensa un segundo Oscar, sino que tras su obligado exilio en Italia, el éxito de Anastasia le abriría de nuevo las puertas de un más condescendiente Hollywood, que recibía con los brazos abiertos a una hija prodiga, ya redimida de sus pecados.
Atrás ya quedaba una relación que si bien al inicio fue apasionada, con el paso del tiempo se tornaría en tumultuosa, visto lo recurrente del chantaje emocional de Rosellini, un machista, enfermo de celos, que como cineasta estaba fracasando económicamente y como marido no asumía que fuera su mujer la que lo mantuviera, amén de llevarse todos los aplausos.
Sin embargo, al igual que lo sucedido con su hija durante el proceso de divorcio de su primer marido, la custodia de los tres que tuvo con Rosellini se dirimió en otra cruda batalla legal, en la que se cruzaron durísimas acusaciones.
El azar, quiso que Ingrid Bergman falleciera el mismo día de su cumpleaños, un 29 de agosto.
Había cumplido sesenta y siete años, muchos de los cuales los invirtió en ser una de las mejores actrices del Siglo XX y una mujer irrepetible, que luchó contra viento y marea en aguas ciertamente turbulentas y más que turbias.