Tras ganar Eurovisión en 1974 con Waterloo, el grupo sueco ABBA dominaría el panorama musical internacional hasta su disolución en 1982.
Su legado aún perdura, tras haber vendido más de cuatrocientos millones de discos, con canciones que ya son eternas, como Dancing Queen, Chiquita, S.O.S, Super Trouper, Voulez vous, y tantas otras, amén de cosechar un gran éxito con el musical Mamma mía, que ha sido llevado a la gran pantalla con dos películas, interpretadas por Meryl Streep y Amanda Seyfried .
Del legendario cuarteto, compuesto por dos hombres y dos mujeres, fueron ellas, la rubia Agnetha Fältskog y la pelirroja Anni-Frid Lyngstadlas, quienes más destacaron, tanto por su voz como su belleza.
Pero su vida, al margen de su exitosa trayectoria profesional durante el reinado de ABBA, ha quedado condicionada por traumáticas experiencias personales.
En 1971 Agnetha contrajo matrimonio con Björn Ulvaeus, con quien formaría el grupo musical un año después, junto con Benny Andersson y la citada Frida.
Siete años después, cuando ABBA ya estaba en la cima del éxito, Agnetha y Björn decidieron separarse, si bien accedieron continuar en el grupo, con las lógicas tiranteces que incluso llegaron a inspirar la composición de la amarga y bella canción The winner takes it all, cuyo videoclip es del todo expresivo.
Tras disolverse ABBA, y ya divorciada, Agnetha continuó con su carrera musical, pero por culpa de su extrema timidez con los fans, su miedo escénico a aparecer en público y una mala relación con la prensa, apenas pudo recuperar parte del éxito que ya la había hecho toda una celebridad en el mundo entero.
Pero los momentos más difíciles vendrían una década después de disolverse el grupo, cuando su madre se suicidó en 1994 y su padre falleció en 1996, lo que sumió a la cantante en una profunda depresión y necesitada de mucho apoyo y cariño.
Es entonces cuando aparece en su vida uno de sus más acérrimos admiradores llamado Gert van der Graaf, un camionero holandés que la había agasajado afectivamente durante varios años.
Pero cuando dos años después, Agnetha decide poner fin a la relación, la ruptura no fue aceptada de buen grado por Van der Graaf, hasta el punto que empezó a molestarla, con cientos de cartas que enviaba a su casa, continuas llamadas telefónicas, amén de controlarla, esperándola fuera de la vivienda y siguiéndola en coche a todas partes.
Ante dicha situación, una angustiada Agnetha decide solicitar una orden de prohibición de aproximación por acoso, justo cuando su ex había conseguido instalarse en una vivienda próxima a su domicilio.
Como consecuencia de una orden de deportación, Van der Graaf fue expulsado a Holanda, pero tres años después vulneró la prohibición y regresó a Suecia para continuar hostigándola.
La justicia sueca reaccionaría nuevamente con otra deportación, que estuvo vigente hasta que cesó la restricción de aproximación en 2005.
Tras aquellos hechos, la rubia de ABBA, siempre retraída, apenas se ha dejado ver, pese a que sus fans nunca la han olvidado.
La otra pareja del cuarteto, también se divorció en 1981, tras tres años de matrimonio, coincidentes con los peores momentos de la relación de Agnetha y Björn.
Pero a diferencia de su compañera en ABBA, con la que por cierto no mantenía una buena relación, Frida no padeció tantos sinsabores con sus seguidores y ha tenido un mayor contacto con los medios de comunicación.
No obstante, la historia vivida durante su infancia se puede calificar de alucinante y digna de una película de terror, después de conocerse que ella había sido uno de los ocho mil niños noruegos del Proyecto Lebensborn (Fuente de Vida, en alemán).
Frida había nacido en Noruega, cinco meses después de terminar la Segunda Guerra Mundial, fruto de una relación entre su madre noruega, de dieciocho años y un sargento alemán, de veinticuatro.
Pero el noviazgo no había sido ni mucho menos convencional, puesto que su madre había conocido al soldado, tras acceder a tener un niño de raza aria, dentro del programa nazi que había sido creado a finales de 1935 y cuyo mandó asumiría el criminal Heinrich Himmler, jefe de las SS y mano derecha de Adolf Hitler.
El programa fue implementado poco después de la invasión nazi de Noruega en 1940 y, al igual que en Alemania y el resto de territorio ocupado, perseguía un perfeccionamiento de la raza aria.
A tales efectos, los oficiales y soldados nazis debían engendrar hijos con mujeres rubias y de ojos azules, aunque los futuros padres y madres debían superar exigentes pruebas raciales, realizadas por anatomistas y antropólogos de la Oficina de la Raza.
Una vez nacidos los niños, tras un periodo de lactancia, a cambio de ser mantenidas, las madres solteras debían entregar a sus hijos al régimen nazi, que los daba a su vez en adopción a familias de las SS.
Himmler, que admiraba la sangre vikinga, ante la baja natalidad de su país y vistas sus reticencias respecto de las candidatas de otros países ocupados, siempre consideró prioritaria la procreación con mujeres noruegas, consideradas arias puras.
Pero no todo fue perfecto en este delirio de la eugenesia y en una futura publicación del blog tendremos ocasión de detallar la penosa suerte que corrieron muchos de los ocho mil niños noruegos que, tras finalizar la segunda guerra mundial, serían rechazados por sus compatriotas, que los calificaban de “bastardos, hijos de las putas de los alemanes” y considerados un peligro público, por ser portadores de genes nazis.
Como decíamos, Frida nacería poco después de finalizar el conflicto bélico y no supo de la existencia de su padre hasta que en 1977 se produjo un amargo y estéril encuentro entre ambos, que derivaría en una depresión de la cantante.
Durante sus primeros años de vida, tanto Frida, como su madre y abuela fueron tratadas de traidoras y tuvieron que soportar todo tipo de insultos y amenazas por parte de sus vecinos noruegos.
Hartas de tal situación, decidieron trasladarse a Suecia, si bien no les resulto fácil adaptarse al ostracismo y prejuicios de la ciudadanía sueca, visto que las heridas emocionales de la guerra aún no habían cicatrizado y los vencedores del conflicto continuaban cobrando su particular venganza frente a los colaboracionistas con la causa nazi.
Frida reconocería en una entrevista que había sido una niña con muy baja autoestima, y que al tener pocos amigos y comprobar que los demás no la trataban con afecto, creía que todo lo hacía mal.
Afortunadamente, la pelirroja de ABBA superó aquella etapa y tras el éxito obtenido con su grupo, llevaría una vida sin mayores sobresaltos, hasta que en 1999 tuvo que padecer una doble desgracia.
Y así, por culpa de un accidente de tráfico, perdió a una hija de su primer matrimonio y por una grave enfermedad, se quedó viuda de su tercer esposo, un miembro de la realeza alemana, en virtud del que Frida mantiene el título nobiliario de Princesa.
En los últimos años apenas ha tenido vida pública, más allá de esporádicas entrevistas y encuentros con alguno de sus antiguos compañeros de ABBA.
Pero Frida ha dado muestras de su generosidad y solidaridad, al colaborar económicamente con obras de caridad, en la protección del medioambiente y en la lucha contra las drogas.